viernes, 17 de enero de 2014

León, pantalones de cuero.

Me lo trajo la Luna y la Sudestada: el León toma tierra y carne y pelo con el avasallamiento trémulo de un primerizo y pupilas de militar. Apocalypse now: que el destino halle al mundo afuera, mi cuerpo encontró al destino. Yugular terremoto: soy lunático palpitar, Bambi atrapada frente a las luces de una aplanadora desbocada a velocidad de liebre en bajada, un cojedero de conejitos pasados de ácido. Almagro. Qué antro. 

Rataplán y férrea causalidad nocturna  lo trajo al sosiego carnoso de mis brazos (pasó un 168 y me subí, lo saludó Carlos Gardel y se subió). El León tiene nariz vieja, arruinada de ciclos lunares eternos de frula: qué vicio más sucio para uñas tan limpias, qué granada chorreante que tengo por boca, qué deseo de retornar al Ítaca de mi bajo vientre le atisbo en los ojos porno soft. Pedalea clonazepan con fernet como Schumacher post-palo. Matar a go go. Es una cabalgata porfiada, la de su paladar, se atropella con la propia lengua y se ahoga con la propia saliva. Me estallo, qué plato. Muy apropiado el nombre propio de León: lee a Huxley y cree ser dios. Yo también le creo.

También le exploto en la boca como una bombucha llena de aire: soy el chiste del verano, una promesa vaga de carne tierna entre los muslos, un culito en shorts mordelones de estrella porno venida a menos. Se refriega mis votos por el cuerpo, dudo que le importe más que la salvación de mi espíritu. Curioso cómo tocando mi mejilla alcanza el pináculo de mi ombligo en el que siento irresistibles ganas de orinar. Ahí me dormita el espíritu que él quiere roer: conozco su hambre, quiere mi sangre entre sus labios, me late Lucrecia de sentir tanto vacío dentro.  

Las tetas me tiemblan de amor, el pecho nos rebota infinito con el asteroide que le boya dentro de las costillas. Inhala toda mi inhibición con la fuerza sagrada del felino: anida nariz eléctrica en mí garganta, olfatea la sexualidad pegajosa de mi piel. Exhala: es el sonido de mil dioses acabando. 

Y entonces me vibra violento el rugido de su apetito en la boca de mi estómago. Soy el catalizador y la enzima: soy un haz de electrones que se revuelve entre los dedos del León, soy los mil pelitos que se paran a fuerza de bruta inhalada de exmerquero. Busca el nido y la cueva en el hueco de mi garganta: basta para mí, basta para todos. Pará, pará, que me tengo que centrar. Y chorreo. Resuena un ejército de chasquibums en mi vientre, terrible temblor y acidez. Y  me huele el sexo: olfatea el perfume profundo de mí acantilado y el vértigo le inquieta el corazón. Y entonces mira dentro y, de cuajo, arranca el útero abrupto y verde: “Tendrás todos mis hijos,” escupe la acabada en la leche de mi cuello. Me mira con ojos lejanos que escapan al asfalto, a él y a mí. Le conozco de mil vidas.

Jamás lo volví a ver. Curiosos los encuentros del cemento. 

lunes, 19 de agosto de 2013

La Salida.

Qué putitas tan lindas, cuando salen con las faldas cortas, obscenamente cuadrillé. Sí, son perfectas bajo este sol insostenible, bajo esta humedad apremiante. Se vuelven eso: un oprobio a la castidad, angustia de principio de otoño, una maravilla entangada. 

Me lastima ser tan vieja, me lastima ese cuero suyo tan pegado a la carne, me hieren su mamá y su papá esperándolas fuera, progenitores preocupados por el ocasional mirón barrial que quiere espiarles bajo el pudor recatado de la falda. Se avientan el cabello, estas salvadoras, y le sonríen al sol. Bellas, sanas, jóvenes. 

Qué cosa, el tiempo.



jueves, 25 de julio de 2013

Mi cuerpo.

Mi cuerpo es mi tumba, necesito purgar mis vísceras cada 4 horas, 36 minutos, sacar el diablo que mastica mis entrañas. Cada exorcización deja mi garganta seca de dolor: ya no hay lágrimas que llorarme. El duelo, desnuda en la cama, rompiendo mi cielorraso a la mitad. Soy una fuerza de la naturaleza enclaustrada en este cuerpo de mierda. Rito sueño sábana pechos labios, todo un río de vida nueva que recorre el falso abismo entre mis piernas. El paraíso no existe: yo soy el paraíso.

Mierda, mierda y más mierda que rebalsa todas mis mangueras, no hay represas que puedan luchar contra el río de podredumbre que ruge desde adentro. Sumisión pura. Ya me cansé de luchar por lo indefendible, ya conozco la cara de la muerte.  Más importantemente, ella conoce la mía. 

miércoles, 6 de marzo de 2013

Tomás, Él.

Quiero esconderte del peso del Universo en mi útero, que tu cuello de león se acomode con más fuerza que elegancia en la pudorosa suavidad de mi vagina, dejar que las explosiones kilométricas de tu cabeza mengüen en mi cuerpo-búnker; las frustraciones no te alcanzarán en mis ovarios. Kilos de piel, litros de pelo, toda mi encantadora pelusa acunándote, la infinidad del cosmos en mi ombligo y tu cuerpo es el Sol. Las constelaciones de mi cuerpo estrellado son diseños matemáticamente exactos, guerreros astrológicos a la espera del festín de protegerte. Soy el gran amuleto carnal, una multiplicidad de ciclos que se deshacen al nutrir tus pupilas. Soy la Luna y el mar, la fertilidad hecha río, envolviendo tu cuerpo con el mío y deglutiéndote para que fecundes mi espíritu. Vení, entrá. Nadie más puede lastimarte cuando mi cuerpo te ama tanto.

lunes, 9 de mayo de 2011

Orgasmo I

Fue un orgasmo tan violento que no siento los dedos, ahora: no siento mis dedos ahora. Me suda la bajo teta, el  mareo postacabada reclama mi estómago y la cabeza se me instala en el mismísimo centro mío, al mismísimo centro de la tierra. Tun tun tun, palpitar rodante  y mil picanas: es un placer dictatorial que me lame todo el cuerpo, como dos mil trescientas cuarenta y tres hormigas pestañeándome en las pantorrillas. El latido es uno, tambor chacarero en medio del cuerpo: tun tun tun tun que destroza mi vagina a fuerza –ritmo  implacable. Mastico alguna puteada.  Patitas en cualquiera: los hombros con todo el peso del sueño postcoital, ojos de dormitorio right now .Mis párpados son dos morsas, caen sobre mi mejilla y escribo en modo hipergrafia sociópata bastante desnuda. Se me enfría el sudor de la bajo teta, qué asco. Huelo salado y a diez mil mundos. Diez minutos de vibrador, Dios, esto es lo mejor del mundo, DEL MUNDO. Dios, , prolóngame. ¿Cómo no elegir prolongarme? Yo no puedo morirme: soy tan infinita ahora.

Las rodillasgelatinaRoyal: diversión en mi concha. La bombachita bordó a lunares continúa húmeda y chorreo a la silla de peluchito azul. Soy tan adolescente que me doy asco. El olor a mis hijos no nacidos es mareo: nada me enamora más que mi propia acabada.  Ay, tengo los muslos empapados. De ser hombre, esta acabada hubiese sido el mejor hijo, la leche más intensa.

Qué miedo que me da ser feliz. 
Mi intestino se hace manguera al pensar en sacrificarme, los mecanismos de defensa hincan el diente en mi sagrada trinidad. Ya no hay posesión. Ya no hay nada.

Tengo un vértigo inmenso en medio del estómago: la leche de la mañana es un maremoto, las contracciones de mi cuerpo frustrado por no acabar (¿acabar demasiado?) marean todo el alimento. Seguramente vomite. Eros-tanatos, aquí, en mi centro. Qué cuero tan tirante que tengo: si me acarician, se me evapora el espíritu.

No quiero volver jamás: estoy tan bien acá.
Una tostada y un noni. 
Me voy a morir un rato. Chau. 

lunes, 21 de febrero de 2011

Gabriel, el cantante VIII

El lunes pasado dormí en su casa, después de dos meses de no verlo. Las telarañas entre mis muslos eran más sabias que yo: era predecible que no iba a tocarme. Predecible, dije, no me corrijas: no fue menos desgarrador. El dolor atroz de acostarme a su lado me latía en el estómago, la llamada del francés deseándome un feliz San Valentín atormentó mis nervios y asesinó mi calma, el alcohol gratis siempre superará a la vergüenza en momentos de necesidad.

Así que bebí como jamás me vio hacerlo, con las esperanzas de abandonar mi pérfida costumbre de revolverme insomne y dejar que mi cerebro se revolucione con la angustia de saber que su alma estaba lejos y dormía, todo un invierno de oso polar en sus pupilas. No me quería. No como yo lo quería al él, al menos.

Sentía, en esa lucidez borracha del sueño previo, a Gabriel tomándome el pulso, sobrevolándome como un tábano descomunal y palpitante. Su modo de cuidarme era, claramente, extraño, pero seguía siendo un modo de cuidarme. Intuía que, más allá de su sentimiento de culpa constante, de ese paternalismo absurdo, de su necesidad de criticar mi comportamiento constantemente, albergaba cierto tipo de afecto por mí… Intuía, jamás lo sabría con certeza, jamás por boca suya. El extraño ente que vivía entre él y yo, que había sido bautizado como “La Relación”, tenía dimensiones desconocidas para mí. Jamás sabía su estado, su salud, su tamaño, o incluso la veracidad de su existencia.

Me percaté, a la mañana siguiente, de que vivía en una incertidumbre constante, amando sin garantías a un hombre que ya había experimentado el amor con otras y que, seguramente, seguía amando en algún recoveco sensible.

Pero cuando ese malsano invento comunicacional del facebook me confirmó la existencia de esa otra, creo que incluso me sorprendí. Sí. Le decía "amor". Él.

Es interesante observar cómo se desestabiliza un planeta en cuanto su centro se desmorona, un derrocamiento necesario desde hacía ya mucho tiempo. Cuando Rodrigo finalmente escapó del amor inconmensurable que le tengo, no dejé de sentir que es una falla mía. Que yo, de alguna manera, no pude satisfacer aquello que él precisaba, tan imperiosa era su necesidad. Que hizo lo lógico, buscando el amor en una mujer que no fuera yo. Que era culpa de que él no me quisiera era enteramente mía.

Patética.
Me desestabilizé.
Y con la misma facilidad, me rearmé.
Soprendente.
Supongo que, como a todo músculo, al corazón le saldrán callos.

domingo, 16 de enero de 2011

Gabriel, el cantante VII.

Me recordó, con el pulcro cuello de su camisa de trabajo blanca acogotándole la amabilidad, que su cama bajo el estrés de mi peso (influido por la fuerza cinética y potencial de mi épico salto) se rompería en cualquier momento. Le saqué la lengua detrás de la mandrágora fuera de control que tengo por cabello y procedí a quitarme los zapatos, empujando el talón de uno con la punta del otro, arruinándolos en el proceso, según él, no sin antes aludir a mi grosero gesto facial.

Me desvestí a los apurones, revoleando la ropa por encima de mi cabeza en trayectoria directa al piso, mientras él, que se aflojaba la corbata y suspiraba, recogía las prendas.

-No puedo creer, Lola, que sigas siendo así de desastrosa. No soy tu padre para andar levantando tus desastres de mi piso- masculló, tan característicamente, masticando el enojo, pronunciando mi nombre tan provincianamente, tan encantadoramente. -Sigo sin entender qué hago con una nena…
-Mujer.
-Como digas, una mujer como vos. Fumás como un escuerzo, blasfemás como un pirata, tomás como un cosaco, no podés evitar contestar ni tener la última palabra, te bañás demasiado, disfrutás del ridículo público –o sólo de ridiculizarme a mí-, no podés seguir una conversación por más de diez minutos que ya cambiás de tema, sos verborrágica, sos demasiado orgullosa, sos terriblemente cabrona, decís las cosas inadecuadas en los momentos inadecuados, dejás la ropa tirada, no tenés sentido del decoro o el pudor…
-Y no te olvides de que salto a la cama gritando ‘Y Benji Gregory en… ¡AAAAAALF!- le contesté, sonriente, mientras prendía un cigarrillo.


Ah, pequeñas delicias de la vida en concubinato.